


"No me da igual que te sea indiferente"
Jennifer Melisa Tomé

Inmolación por la belleza
El erizo era feo. No sólo lo sabía, sino que también todo aquel que se lo cruzara, se lo recordaba. Por eso, vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor. Durante el día, pasaba horas frente al espejo investigando todas y cada una de las partes de su cuerpo, imaginando cómo podía mejorarlas.
Una vez, un hombre, encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo –como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fabuloso, para luego poder llevarlo a su programa de televisión. Pues este hombre sabía sacar provecho de la falta de belleza del pobre erizo.
En efecto, no debieron pasar muchas semanas para que el erizo comience a ser admirado por todo aquel lo mirase, incluso por aquellos mismos que causaron en un principio que el pobre animal se ocultase de los demás.
No había quien no lo contemple alucinado. Su vida cambió por completo en pocos días, de ahí que el erizo pase de la noche al día, de la oscuridad a las luces de los flashes de las cámaras que constantemente lo fotografiaban.
El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba, ¡lloraba de felicidad! Pero no se atrevía a moverse demasiado, temía a perder alguno de los elementos que lo embellecían. Además decidió dejar de comer, pues era posible que si su figura se modificase deje de ser atractivo. Sumando a esto, el erizo comenzó clases de canto y salía a caminar 4 horas todas las mañanas (lento, claro, para no perder ninguna de sus piedras preciosas). El erizo no buscaba más que demostrar que también podía ser talentoso, no obstante a los demás sólo les interesaba lo que el llevaba puesto.
Finalmente el verano terminó y con la llegada de los primeros fríos el erizo había muerto de hambre y sed. Pero seguía siendo hermoso.
Jennifer Melisa Tomé-
28 de mayo de 2012
Materia: Historia de la Literatura
Consigna: Adaptar un cuento o fábula a una tematica social actual.
Profesora: Fabiana Nadra
Cuento original
Inmolación por la belleza
El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor.
Una vez alguien encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo –como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fabuloso.
Todos acudieron a contemplarlo. Según quién lo mirase, semejaba la corona de un emperador bizantino, un fragmento de la cola del Pájaro Roc o, si las luciérnagas se encendían, el fanal de una góndola empavesada para la fiesta del Bucentauro, o, si lo miraba algún envidioso, un bufón.
El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba de felicidad. Pero no se atrevía a moverse por temor de que se le desprendiera aquel ropaje miliunanochesco. Así permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso.
Marco Denevi