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Confieso

 

 

A veces pienso que me gustaría vivir en otro lugar. Despertarme a la mañana frente a la inmensidad del mar o el interminable verde de alguna montaña. Poder encontrar divinidad a primera vista, vivir en cámara lenta. Pero no. 

 

Mi vida es esto: una pared que me obliga a salir en busca del cielo. Que me empuja constantemente a ir más allá de mis comodidades y rápido, porque se acaba. Mis días son así, caóticos como mi ciudad veloz y vertiginosa. 


Si nada tapara la vista, no sería capaz de sonreír ante la belleza. Jamás saldría a buscarla. No tendría estas incontrolables ganas de investigar, de recorrer, de buscar. Todo en la medida justa, sólo un pedacito de cielo y el resto se averigua. Si no tuviera que apurarme, no reconocería esos momentos de calma. 


Ahora creo que a veces el verde, en grandes cantidades, también intoxica. Y el celeste, ahoga. La calma, duele. La paz es frívola. La exploración, insignificante. Y la vida, monótona. 


Hoy descubrí que mi lugar preferido en el mundo es mi casa, mi ventana.

Esa medianera que me exige constantemente salir a buscar, lejos de mi confort y condiciones, un cielo mejor.

 

 

-Jennifer Melisa-

21 de Febrero de 2014

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